lunes, 5 de abril de 2010

Llegadas y partidas; o, partidas y llegadas...

Hasta hace algunos años lo tenía bastante claro, ir a una estación de tren o autobús, a un aeropuerto o a un atracadero representaba sin lugar a dudas motivo de felicidad. Era siempre para recibir a un familiar o ser querido que venía de visita o en su defecto para embarcarnos en unas mal planificadas pero siempre emocionantes vacaciones.

Hoy, con 22 años, esa imagen teñida de celeste cielo (no utilizo la metáfora del rosa porque nunca ha sido un color de mi predilección) ha adoptado una escala de grises con ciertas tonalidades difusas y confusas de toda la gama de colores que el ojo humano es capaz de apreciar, y no sólo esa imagen de mí en todos los distintos puertos, sino también todas las imágenes de mí en distintos momentos reiterativos de mi vida que a medida que crezco van adquiriendo nuevas tonalidades o tal vez perdiéndolas, dejándome con una paleta diferente cada vez para ilustrarlas mentalmente en mis recuerdos.

Y el cambio en mi percepción no se debe al simple hecho de que crezca, aprenda y madure, no se trata de una perspectiva que haya adoptado por mi aprendizaje basado en teorías escuchadas o leídas, sino en el aprendizaje real, ése que nos porporciona sólo la experiencia.

Despúes de tantas despedidas en que el “hasta pronto” es sólo un decir, en que el “hasta la próxima” marcaba un futuro cierto en medio de la incertidumbre y en el que el “te echaré de menos” más sincero es el más falso porque en realidad se quiere decir “quédate conmigo, por favor”, después de éstas y otras frases de despedida que prefriríamos no tener que decir u oír mi mente siempre lógica ha sido vencida por una paradoja, por la paradoja de mi vida en las salas de espera.



Los recuerdos más felices se funden y confunden con otros que no lo son tanto; en las escalas de felicidad y tristeza  hay empates y desempates continuos. Vivo entre la nostalgia y la esperanza, las dos son combinaciones de alegría y tristeza, pero una me mantiene en el pasado, y la otra me empuja a seguir avanzando, ambas mostrándome una realidad más feliz.

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